Las sutiles impresiones auráticas que percibe la protagonista de esta historia dan a las Las vitalidades (La Uña Rota, 2022) una extraña pero irremediable belleza. Llena de fascinación por un entorno anochecido y boscoso, la primera novela de Ángela Segovia estremece nuestros sentidos, devanando la madeja de la certitud en pos del efecto de lo innombrable, irradiando fantasías negras que a la postre nos hablan de una luz que nunca permanece.
El escenario del relato, efectivamente, es el de la indefinición, y el del lenguaje poético de una realidad ensombrecida por la inocencia y el merodeo de una pequeña que desconoce sus orígenes. Línea tras línea, la autora “desesclarece” la verdad de una niñez de por sí extraña, en la que el aislamiento y las sombras de los olmos siberianos construyen vagas referencias que poco a poco entierran sus propias huellas.
Rune, una chiquilla de rostro pálido y cabello blanco, vive en un casona contenida por bosques de una negrura inmutable, acompañada solamente de sirvientas y jardineros accesorios, y de un joven inexpresivo —un Él sin nombre—, que sin embargo parece conocer cuál es la verdadera profundidad de la indefinición que les rodea.
La voz en primera persona del personaje central ha crecido en un mundo simbólico paralelo, un universo en el que tropiezan la civilización de la casona (representada por la autoridad de la ama de llaves y la desmejorada razón de Él) y el murmullo persistente que surge del comportamiento de los árboles y las brisas sigilosas. Esta desacostumbrada “teoría del conocimiento” refleja un lazo tumultuoso entre la ortodoxia de lo irrefutable y la esencia idólatra de lo incógnito; de ahí que todo lo que se halla alrededor de Rune (personaje de nombre mágico y nórdico) tenga finalmente un maravilloso “idioma aurático”, una “vitalidad” característica que delimita las cosas a partir de la percepción exploratoria, instintiva incluso, y no en función de la instrucción formal o coaccionada.
Ángela Segovia cincela lo insólito en esta novela por medio de añoranzas ligadas a lo insondable y a seres queridos que desaparecen lumínica y silenciosamente. Hay, es cierto, una estética cercana a los ambientes del goticismo inglés: el pozo oscuro y especular, el ave del ala partida, la torre distante, la incomodidad de la catatonia, los ambientes prohibidos y avejentados, el fuego y la pavesa, la disipación de la materialidad. Todos son motivos en los que Las vitalidades persevera, antecedentes que nos susurran anunciando un camino borroso y anormal, colores y formas que empañan de modo memorable nuestro propio discernimiento.
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Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser