Diario del dolor (de María Luisa Puga)

Editado por primera vez en el año 2004, Diario del dolor (Libros UNAM, 2021) fue el último libro que María Luisa Puga publicó en vida, una pujante narrativa del yo compuesta de cien fragmentos que describen las incomodidades físicas y psicológicas que trae consigo la artritis reumatoidea, aquel huésped inoportuno que poco a poco fue compartiendo el espacio doméstico y la materia viva de la autora.

El libro, que a pesar de inscribirse genéricamente a través del título podría considerarse también una novela corta, sorprende por la manera en que Puga convierte sus aflicciones en dispositivo literario, distanciándose de la autoficción anecdótica para concentrarse en la personificación de la enfermedad. En esa conjugación de ironías y memorias, consigue que el trastorno autoinmune cobre vida y deje de ser visto como una molestia externa y sin voluntad propia —solamente una inflamación de las articulaciones— para de pronto transformarlo en una nueva parte de su subjetividad.

En el fondo, es como si el dolor crónico de Puga poseyera (y compartiera) cualidades humanas, características que lo impulsan al movimiento y a modificar el ambiente hogareño de su otra mitad, logrando que no pueda alcanzar ciertos objetos ni sentarse sin padecer. Al igual que todos los seres vivientes, este dolor es también víctima del hastío, y contempla el mundanal espectáculo de la vida de la autora con desgano, sabiendo que lo rodean el tedio y la debilidad, que sus días se repiten desaboridos a pesar de su constante acecho y sus muecas socarronas.

Puga y Dolor comparten el territorio de un cuerpo envejecido; son dualidad y unidad simbiótica al mismo tiempo, se conocen, se califican, se recriminan mutuamente por la carencia de autonomía y por la desposesión que los consume. “Doler y aguantar”, señala la voz de Puga, eso es lo que hacen mientras se van desfigurando, mientras dejan de reconocerse en los espejos de la casa. Ambos, claramente, pierden hegemonía somática y se hacen indefinibles con el paso de los días, pero son también un cuerpo entrelazado, una extraordinaria corporeidad que por momentos duele y por otros parece comprender que su unión dispareja y antitética (el ciclo de la vida y de la muerte) es su única y perpetua condición.

Gracias por leer esta reseña

Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser

Anterior

De rebaños o de pastores (de Maielis González)

Siguiente

Los extraños (de Jon Bilbao)

Reseñas relacionadas