Instalado en un futuro tragicómico y remoto, el narrador-protagonista de El juego de los mundos (Emecé, 2019) plantea una serie de conflictos entre el pasado y el presente desde la diferencia generacional entre él y sus hijos. Aunque no se trata de la obra más lograda ni recomendable de César Aira, esta nouvelle aborda, a partir del pensamiento apocalíptico de su personaje primario, importantes desasosiegos en torno a la pérdida de lo “tradicional”, especialmente en referencia a los productos técnicos y los hábitos en red que reordenan y reclasifican la existencia.
El juego de los mundos, como otras distopías, se halla inmersa en el flujo de las alteraciones sociales y la manera en que estas afectan las relaciones entre el individuo y la comunidad. La historia, en tal sentido, representa un planeta Tierra en el que los seres humanos han enterrado el pensamiento propio (y por ende la especificidad de sus razonamientos e inquietudes intelectuales). El manejo de las ideas y la facultad de pensar con detenimiento se halla ahora en manos de los Sistemas Inteligentes, mecanismos digitales ubicuos que manejan tanto la simplicidad de la vida doméstica como la más enredada de las bifurcaciones filosóficas.
La gran crisis del protagonista, un padre de familia que no termina de acostumbrarse a los cambios que trae consigo la “vida moderna”, inicia con la discrepancia ética y generacional que tiene con sus hijos. Ellos, distantes de las costumbres y prácticas sociales de su progenitor, dedican el día entero a un juego de “realidad total” que les permite viajar a un mundo extraterrestre, convertirse en el invasor dominante y destruirlo. La aniquilación de estos mundos lejanos no es virtual, sino real, y se ha convertido, desde el punto de vista del padre, no solo en una escalofriante forma de entretenimiento entre los más jóvenes, sino también en una rutina disfuncional que en el peor de los casos podría revivir la idea de la omnipotencia divina (un “defecto” que, contradictoriamente, fue borrado de la civilización gracias a la llegada de los Sistemas Inteligentes, y que el narrador apoya).
Aunque la crítica a la cultura del entretenimiento y la banalización del tiempo libre son dos de los temas más importantes de la nouvelle (significativos hoy, además, cuando las generaciones puramente digitales, a diferencia de las analógicas, pierden poco a poco el placer por la interacción social cotidiana y habilidades como la comprensión lectora a largo plazo), es cierto que Aira no se conforma con lo más obvio (la disociación entre la realidad y la plataforma virtual), sino que ahonda en la “pérdida de la espontaneidad humana” a través de la mecanización del comportamiento diario, la dependencia en los datos masivos y la eliminación del Yo crítico o librepensador.
En El juego de los mundos se subraya cierto reproche a la tosquedad y la liviandad de la gente, idiotizada en el texto gracias al fichero electrónico y la hiperrealidad del worldbuilding. El autor trata de resaltar la importancia de la colisión intelectual entre el pensamiento propio y el ajeno, pues en dicho encuentro y competencia el ser humano halla tanto visiones de mundo novedosas como conclusiones impensadas. A la misma vez, y aunque la narración solo lo sugiere y no termina de explorarlo a fondo, hay también una añoranza romántica por los aspectos primitivos y cuestionadores del hombre, aquellas inocencias que no dan todo por sentado y permiten dudar —especialmente de los más entendidos— para crear insólitas inteligencias y progresos.
Gracias por leer esta reseña
Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser