Trampas para bosques (Saqarik, 2021) es lo que podríamos llamar un pequeño acto de desprendimiento imaginativo, una reunión de aventuras que, a pesar de su corta extensión, excede fronteras para hilar un relato que es tanto insólito como carnavalesco. Marilinda Guerrero @masticaydeglute nos invita así a explorar mundos distantes como los que fascinaban a Swift o Cyrano de Bergerac, enlazando a lo largo de esta asombrosa ruta el imaginario de los cuentos de hadas y el discurso ecoutópico de la ciencia ficción.
Tras la pérdida de su pareja, la protagonista y un gato llamado Güisqui se hacen compañeros de viaje en un territorio guatemalteco que al principio parece muy cercano al nuestro, pero que, poco a poco, se va haciendo más futurista. En estas primeras páginas, la autora acentúa el duelo repentino del personaje central y la relación que dicho sufrimiento tiene con la memoria romántica reciente; un dolor que asedia su espíritu y espacio cotidianos y parece reorganizar también sus vivencias hasta el punto de provocar quebrantamientos dimensionales.
El mundo de Korat, ese lugar que la protagonista y Güisqui visitan de un momento a otro, cobra vida más allá de los primeros destellos tecnoculturales del relato, ya que en su génesis sobresale también aquella dialéctica miyazakiana que contrapone naturaleza y materialismo, además de una ambientación que rinde culto a la estética ecologista del solarpunk. De esta forma, la fantasía ecoficcional y la intención especulativa a modo de cuento infantil se compaginan en el texto de Guerrero para crear diferentes viñetas de costumbres que nos ilustran, por ejemplo, acerca de pequeños maquinistas y sus bosques ambulantes y tecnificados.
La historia presenta con ello la peculiaridad de establecer un doble juego narrativo, pues, si bien se apoya en un hilo conductor coherente, maneja a la vez una estructura interna fragmentaria que no solo divide el relato en capítulos cortos (titulados y con acápites paratextuales que recomiendan cómo leerlos), sino que al mismo tiempo inserta información accesoria a modo de enciclopedia histórica y antropológica.
Algo importante de destacar es cómo el concepto de bosque se alinea a la circunstancia postraumática del personaje central de la narración. El bosque de esta historia, por un lado, simboliza el retorno al santuario de la naturaleza (los ecosistemas en movimiento y sus guardianes, el refugio), pero, por el otro, representa también las revelaciones del inconsciente. En este caso, la herida alojada en la profundidad del ser a causa de la muerte de la pareja amada.
Lo cierto es que este viaje carnavalesco a través de las tierras de Korat parece tener el cometido primordial de destruir el recuerdo incómodo y establecer un tiempo y memoria reformados, facilitando así la superación del trauma psicológico y la reconstrucción de la “normalidad”. Desde este punto de vista, Marilinda Guerrero no ha escrito solamente una fantasía ecodiscursiva acerca de los límites del mundo físico y psíquico, sino también una alegoría en torno al rebasamiento de la desesperanza y la aflicción, localizada en una tierra de bosques inmemoriales que alimenta poderosamente nuestros sentidos.
Gracias por leer esta reseña
Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser