Una pintoresca narración acerca de las experiencias de un librero contemplativo, una obra que es además un recuento del diario vivir en la diáspora. La librería del mal salvaje (Suburbano, 2018) nos hace pensar en un descendiente bastardo de Bartleby y compañía o La literatura nazi en América, y también en las licuefacciones culturales del inmigrante hispanohablante en los Estados Unidos. Pilotada por los juicios de una cavilosa voz narrativa, la primera novela de Hernán Vera Álvarez @HVeraAlvarez se vincula a una línea costumbrista y metaficcional, invadida de mesas de novedades y de clientes que consumen literatura en español, pero que también son devorados por ella.
El autor consigue reproducir con desparpajo el mundo que lo obsesiona, moldear una obra dinámica y sucinta que surge directamente de la experiencia inmediata. Para quienes hemos tenido la oportunidad de departir con Vera en alguna ocasión, no es difícil observar partículas de su personalidad a lo largo de la historia: la ironía y la firmeza, la conexión con los espacios de tránsito (y el obvio interés en ellos), el carácter observador. Indudablemente, es un libro con matices autobiográficos; pero ello no implica una falta de arte, sino un apego entusiasta a un proyecto estético que a su vez es un propósito de vida.
A pesar de su número de páginas, La librería del mal salvaje discurre avivadamente, detallando por medio de pequeñas viñetas el hábitat de un librero que todo lo cataloga: su condición de emigrante en la era de Donald Trump, la interacción con las personas que visitan su lugar de trabajo (quienes no siempre buscan o compran un libro) y el conocimiento enciclopédico acerca de las idiosincrasias o las excentricidades de los autores que ordena y reordena en las estanterías del local.
Esta parte de su trabajo parece en un primer momento una simple repetición que da forma a la atmósfera del relato, sin embargo, resulta primordial para viabilizar el dispositivo crítico del personaje. Su discurso, en ocasiones, alcanza la admiración, otras veces se inclina por la mala sangre o el sarcasmo, haciendo del espacio de la librería un campo de batalla en el que no siempre reina el logos o la concordia, un espacio que, a pesar de la palabra y el artefacto literario, se torna “salvaje”. Esta discordancia entre lo apaciguado y lo provocador, entre lo canonizado y lo condenado, provee a la novela de una potencia reflexiva y orgánica, y propone, a quienes nos gusta leer, un ocurrente anecdotario acerca de nuestra mayor debilidad.
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Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser