El orden del mundo (de Ramiro Sanchiz)

Al leer El orden del mundo (El Cuervo, 2014) de Ramiro Sanchiz @UraniumWorkings, he recordado dos objetos específicos de mi infancia: el “Gran Fichero de la Naturaleza” de Editorial Sarpe, una caja de plástico naranja que contenía fichas de zoología, botánica y geografía, y los fascículos coleccionables de “Los secretos del mar”, de Jacques-Yves Cousteau, ambos muy populares a principios de la década del 80. De este último, recuerdo sobre todo un modelo para armar de cartulina del buque de investigación Calypso y la obsesión con la que a los siete u ocho años me lancé a pegar y juntar sus piezas.

Traer a colación esas memorias no es solo un intento de recurrir a referencias culturales pasadas sino una manera de intentar un acercamiento interpretativo y, simultáneamente, discernir cierta complejidad narrativa basada en la idea del archivo y el acopio de información. El orden del mundo es una novela que a través de la efusión de un monólogo interior nos conecta de nuevo con ese personaje frecuente en la narrativa de Sanchiz llamado Federico Stahl (La vista desde el puenteTrashPunkPerséfone), y con los distintos estratos de su enrevesada esfera privada. Stahl, un obsesivo y compulsivo, un obscuro hombre “perdido en la entropía”, siembra en El orden del mundo un fluir de consciencia sistemáticamente utópico, en el que, como sucede en archivos reprogramables como el de Wikipedia, se intenta acumular y reformular una gran cantidad de información, de crear un registro imposible que suscite todo y a la vez nos arrastre hacia la más sublime (terrorífica) de las confusiones.

Esta clasificación, como aquel gran fichero botánico y zoológico de la infancia, parte de una intención enciclopédica evidente (el compendio del conocimiento, el orden de las ideas), sin embargo, aquel particular y multidisciplinario Demiurgo que clasifica y relata esta historia, a través de flujos que cambian constantemente de foco y sustrato (la aviación, el amor perdido, el tío Hilario, los escritores de ciencia ficción y fantasía, el rock, los juguetes, la ciencia del universo, etc.), desarma la clasificación axiomática — evocando aquella entropía de la que el propio Stahl es consciente — , y nos ahoga, como sucede en la serie de televisión Lost, en aguas ininteligibles: un mundo donde las ideas perfectas e imperfectas se combinan para dar paso a la Isla de Basura, la masa insular caótica y distante que a lo largo de la novela simboliza no precisamente un espacio fijo y antiecológico en el Atlántico Norte, sino el continuo razonamiento de Stahl acerca de la indeterminación.

El orden del mundo es una novela que empieza con el hechizo de Cousteau y los mares, con el modelismo y la búsqueda afanosa de un Mig-25 soviético: “Era mi Erebor, mi Mount Doom; tenía que llegar a los dominios de la bestia y maravillarme de su esplendor, bañarme en su supernova de belleza…”, dice Stahl en su diario, empapado en Tolkien y en la indagación que lo obsesiona. Pero si bien la novela comienza de ese modo, todo en ella termina de una manera que no anticipamos, pues esa entropía omnipresente quiebra el ordenamiento que debería darnos cierto sosiego, nos hace receptores de una singularidad en el pergamino que tratamos de hacer inteligible. Lo cierto es que hay algo que definitivamente se desdobla en los lectores de la novela cuando participamos de este libro de mundos posibles y alternancias. Hay algo en el universo de Federico Stahl — en los múltiples universos de Federico Stahl, en los cuales el propio Ramiro Sanchiz es también un receptor — que “reordena” el cosmos (o los varios cosmos) de una forma inesperada.

Gracias por leer esta reseña

Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @SalvatoreLuigi1

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