El dolor de la sangre (de Kathy Serrano)

Tomando como punto de inicio el trauma familiar de una fotógrafa exiliada en la ciudad de Lima, Kathy Serrano compone una novela en torno al reencuentro de una mujer con su pasado pungente. El dolor de la sangre (Planeta, 2022) retrata de esta forma el viaje de retorno a una intimidad venezolana detenida en el tiempo, repleta de fantasmas y nexos inconfesables.

Martha Rondón, la protagonista de este relato, ha creado en el Perú no solo una rutina de trabajo marcada por inesperadas sesiones de fotografía y atardeceres frente al Océano Pacífico, sino también una nueva identidad emocional. Esta otra Martha se mantiene distante de sus orígenes y afectos, reduciendo los contactos con su madre y hermanos a frías llamadas telefónicas. A la distancia, la Martha limeña ha levantado un muro protector, una suerte de placa guardiana de la psique que sin embargo empezará a desmoronarse cuando una imprevista oferta la haga volver a su ciudad natal.

En este contexto, entre premoniciones de muerte y pasajes oníricos que siempre tienen como protagonista al hermano de Martha, la voz narrativa en tercera persona nos conduce de la falta de pertenencia psicológica y geográfica a la semilla familiar, una fuente simbólica con la que la protagonista no desea refundirse, pero que observa intrigada, construyendo así un paisaje existencial acentuado por sentimientos de apego y de repulsión.

Más allá del tropiezo con una sociedad venezolana diferente de la del recuerdo, más allá de aquel entorno engullido por la crisis económica y la perversión de una élite delincuencial, el verdadero conflicto entre Martha y sus raíces (el hogar primigenio, la matriz delimitadora) está definido poderosamente por la presencia de un fantasma incestuoso y el culto obstinado a una masculinidad insensible, capaz de marcar la piel y el destino de toda una familia. En tal sentido, el motivo frecuente del tatuaje, un elemento simbólico sostenido a lo largo de la novela, sirve para cubrir las huellas de una herida que es simultáneamente ancestral y aborrecible.

A todo esto hay que sumar la forma en que Serrano estimula los códigos del exceso, acentuando el uso de un molde discursivo de corte melodramático. Es cierto que la apreciación final respecto a esta estética obedece al gusto de cada lector (a la relación que cada uno de nosotros tenga con la obra de tipo sentimental), sin embargo, en la costura interna de la novela se puede advertir cómo las voces de los personajes se intensifican a través de la representación de gesticulismos o somatizaciones exageradas. Estas repeticiones estratégicas y conductas excesivas cumplen una importante función retórica dentro del sistema comunicante que Serrano establece, pues sirven para insistir en la configuración del dolor genealógico y en la herencia sangrante que define el rumbo del personaje central.

Gracias por leer esta reseña

Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser

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