Perder el juicio (de Ariana Harwicz)

Resistiéndose otra vez a lo rutinario, Ariana Harwicz @ArianaHar ratifica con Perder el juicio (Anagrama, 2024) que su narrativa no se halla en busca de aprobaciones jerárquicas ni de adecuamientos a los sistemas. Por el contrario, su obra, en el buen sentido, es hostil y polemista, y trata firmemente de cuestionar todo tipo de normalización, de subvertir éticas y visiones de mundo que parecen estar narcotizadas por el entumecimiento o la comodidad.

A través de un monólogo denunciante y atropellado, esta novela narra la huida mental y física de una madre que contradice tanto leyes como razones. Después de dejar de entenderse con su pareja y familia política, Lisa, una emigrante argentina en Francia, decide provocar un incendio y secuestrar a sus hijos. El lector entiende que la circunstancia de los personajes es embrollada y la determinación de la protagonista controvertible; no obstante, la autora desea que nos enfoquemos justamente en dichas anomalías y, sobre todo, que pensemos la realidad representada a través de la perspectiva de un actante de género femenino que es a la vez “culpable” y “agresor”.

El sustento argumental de dicha culpabilidad, claro, no es maniqueo, ya que el personaje monologante trata, en un principio, de adecuarse a las leyes de la justicia francesa y a la humillación familiar. Sin embargo, sus métodos y reacciones inmediatas, así como su manera de entender la maternidad (en algunos momentos desatinadamente posesiva, en otros imprudente y riesgosa) hacen de ella un blanco fácil para el juicio de valor negativo. La violencia física, el displacer, los desahogos sexuales, las constantes escapatorias y mentiras violan claramente el orden civil y también el sustrato simbólico que impregna nuestro entendimiento en torno a la convivencia social.

Por un lado, hablamos de un amor materno en analogía con lo monstruoso, del antagonismo entre diferentes éticas maternales y sociales; y por el otro, de una “pérdida del juicio” que va de la mano con una subjetividad extraña. Los rótulos que le corresponderían a la protagonista (siempre hábil para desequilibrar toda estandarización y convenio) serían el de “trastornada” o “desajustada”, ya que la oposición a lo normal es inherente al personaje de Lisa, incluso durante los pasajes en los que no comete actos “desnaturalizados”.

Esta dinámica narración de reflexiones y exhortos, persiste, como decíamos, en el compromiso de Harwicz de fotografiar deterioros e indignidades, aquello que nos incomoda pero que al mismo tiempo ilustra con fuerza la animalidad y la irracionalidad que llevamos dentro. Su literatura, en ese sentido, se apropia principalmente de la emoción del asco para confrontar paradigmas filosóficos y costumbres arraigadas, y juega con las náuseas comunitarias con la intención de resaltar la utilidad del libre albedrío y la autonomía estética, sus brillos y oscuridades por encima del discurso moralizante y de censura.

Gracias por leer esta reseña

Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser

Anterior

Nunca seremos nacidos (de Elton Honores)

Siguiente

Teoría del Gran Infierno (de Iván Humanes)

Reseñas relacionadas