En la última década, El Diablo sabe mi nombre se ha posicionado como un ejemplo importante de la narrativa centroamericana del siglo XXI, y también como uno de los libros que mejor retrata aquel agitado imaginario que nace de los interiores de Jacinta Escudos @jacintario. Recientemente, la editorial bilbaína Consonni relanzó este volumen de cuentos para el mercado español, permitiéndonos volver a ese cosmos ficcional cargado de delirios y existencias enmarcadas en lo extraño.
Los textos de Escudos tienen ciertos pilares inamovibles. En primer lugar, en su obra dialogamos siempre con una postura “desobediente” que busca agitar estatutos y protocolos culturales. Sería correcto, entonces, decir que se trata de una narradora que no le da “treguas” al lector, indócil y poco sensible a los formulismos. En segundo lugar, es posible reconocer en sus narraciones el uso de una perspectiva múltiple del yo, como si Escudos buscara constantemente que sus personajes produjeran una reinterpretación de la experiencia existencial; estas exploraciones aluden con frecuencia al contraste entre opuestos y a la posibilidad de una visión antimonolítca del ser.
Teniendo en cuenta estas características básicas, el sistema narrativo de El Diablo sabe mi nombre prioriza relatos sobre la intersección de lo somático y lo psicológico (“Memoria de Siam”; “Cabeza de serpientes”), la transformación de la materia y el dilema espacio-tiempo (“Muerto al lado de mí mismo”), la moral y el albedrío (“El Diablo sabe mi nombre”) y la tensión entre las visiones de mundo masculinas y femeninas (“Película japonesa de los años 60”; “Fetiche de un naufragio”). Hablamos de un libro que es transgresor no precisamente en la técnica interna — se trata, en el fondo, de narraciones que por lo general siguen una estructura aristotélica y lineal — , sino en la manera en que su discurso aborda las realidades socioculturales.
Con un tinte muy posmodernista, este volumen manifiesta una y otra vez que el esquema unívoco es siempre un esquema limitante, y de algún modo también decrépito. Así, Jacinta Escudos aprovecha las posibilidades de lo insólito para comentar la realidad. Las rutas que elige suelen ser versiones flexibles o líquidas de un género narrativo: auras fantásticas, auras terroríficas, auras eróticas, auras de ciencia ficción blanda. Esta postura, claro, denota un procedimiento desarticulador que puede acariciar lo extraño y alejarse del realismo, un componente onírico-surrealista que la ubica en un espacio similar al de María Luisa Bombal, donde lo sobrenatural flota pero no domina enteramente el texto. Hay, en cambio, sugerencias, perspectivas múltiples, contrastes, que hacen de El Diablo sabe mi nombre una colección bastante expresiva, anormal por momentos, perfecta para la lectura y para la relectura.
Gracias por leer esta reseña
Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser