Paisaje con dromedario (de Carola Saavedra)

La lectura de Paisaje con dromedario (Ediciones Lanzallamas, 2015) nos obliga a escuchar una voz subrepticia que recuerda el pasado y nos niega una experiencia estética inmediata, una voz que nos empuja a fragmentarnos y a vaciarnos lentamente con ella mientras se hunde en el espanto de lo sublime. La representación del soliloquio de una artista plástica grabado con un magnetófono portátil reemplaza así a las epístolas de siglos anteriores, dándole a esta sorpredente nouvelle una expresividad que resalta tanto la inmediatez como la función de la tecnología en relación con los afectos más contemporáneos. Esa manera antinatural de registrar las emociones nos acerca a un mundo intervenido no solo por soportes mecánicos y electrónicos, sino también a un contexto en el cual el ser humano tiende a la discapacidad para la convivencia y a la imposibilidad de enunciación cotidiana. Para sobrevivir, Érika, la voz protagonista creada por Carola Saavedra, prefiere el vacío y la supresión de la identidad, y encuentra ambos en una isla sin nombre habitada por lugareños sentimentales y dromedarios que confortan a los turistas con paseos en la arena.

A partir de un conflicto que podría parecer insensato para algunos, la nouvelle plantea dos discursos que llaman la atención por su reflexividad: la introspección sobre el amor y la deconstrucción crítica del mundo del arte. Lo primero parte de un triángulo entre Érika, un virtuoso llamado Alex, y Karen, la joven amante de este último; dicha unión deambula entre la pasión maniática y la relación filial, donde el eros, aunque aludido ligeramente, no dirige las actitudes de los involucrados. Los tres, además, no son personajes antagónicos sino extremadamente simbióticos, y es justamente la ruptura de la simbiosis, narrada “magnetofónicamente”, la que origina una intensa crisis de conciencia y de valores en Érika, quien graba desde la lejanía pensando que la experiencia de la felicidad tiene en realidad “un fondo falso”. Esta crisis implica no solamente una particular atención a los pensamientos y los estados anímicos de la voz narrativa sino también una aguda crítica a su lugar en el mundo y en el arte, espacios que hipotéticamente habita a partir de una dependencia enfermiza.

Alejada del universo de proyecciones falsas que conoce (de la vida exagerada y “kitsch”), Érika se recrimina, recrimina al mismo tiempo a las personas que ama y reflexiona, relatando un proceso paulatino de disolución de la identidad. Dichas recriminaciones ponen en duda tanto a la persona creada para satisfacer (aquella eterna y complaciente acompañante de Alex) como el discurso estético que ha velado y de algún modo suprimido la verdadera apreciación que Érika (símbolo de una persona absorbida por la vacilación) tiene acerca del mundo.

Al cuestionar de forma severa la importancia del arte, su función social, sus símbolos y modos, la nouvelle vira hacia el comentario metapoético, pero de un modo más introspectivo que distanciado, más vital y acusatorio que mecánico, destacando una poderosa reacción existencialista en la voz protagónica. Para lograr tal efecto, la fragmentación del discurso, con una estructura interna que lista grabaciones marcadas del número 1 al 22, parece hacer una analogía entre el triángulo ficticio perdido y la imposibilidad artística de reproducir la realidad exacta por medio de las pinturas, las fotografías o las videoinstalaciones. “No es posible reproducir la realidad”, menciona Érika mientras registra sus pensamientos, “solo recrearla”, de la misma forma que no es posible vivir un cuadro de costumbres amorosas cuando las partes del todo no existen.

Gracias por leer esta reseña

Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser

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