La experiencia formativa (de Antonio Díaz Oliva)

Los cuentos agrupados en La experiencia formativa (Neón Ediciones, 2016) comparten cierta irreverencia hacia las normas sociales a través de los puntos de vista de cuatro jóvenes desencantados que vagan por senderos de anormalidad. Si bien Antonio Díaz Oliva @TheAntonioAdo se sitúa estéticamente dentro de las condiciones del realismo, su propuesta literaria tiene una fórmula especial y enrarecida al plantear escenas de un cotidiano irregular, salpicado de circunstancias peculiares para el común de la gente y de gestos paródicos que, aprovechados en conjunto, revitalizan nuestra relación habitual con la inmediatez de la mímesis.

El libro empieza con el relato que le da nombre al volumen. En el cuento “La experiencia formativa”, el lector se interna en el núcleo de una colectividad hippie que se aparta de la modernidad chilena y que tiene tanto de secta utópica como de cofradía disciplinaria. Bajo estos parámetros, la militancia condicionada del protagonista se convierte en la relación del nacimiento de un espíritu crítico contrario a la norma de los regímenes de dominación espiritual o política y también, irónicamente, en la crónica de una fuga hacia mayores desilusiones.

“Prefiero a mi mami” y “Animalitos que fumé para salir de la depresión”, relatos que constituyen la parte medular del libro, llaman la atención porque la creatividad del autor logra un giro placentero al mostrarnos dos casos de excepción social que rompen con la predictibilidad de los realismos menos meticulosos. En primer lugar, nos encontramos con la confesión de un exfisicoculturista fracasado y poco inteligente que le comunica a su madre que halló una extraña forma de superación al matricularse en un “Programa de Escritura Curativa” (hermano bastardo del programa de escritura “creativa” de la Universidad de Nueva York). Visto como una validación del tema de la experiencia formativa que plantea el relato que inaugura el volumen y como un ejercicio desestabilizador y humorístico del Bildungsroman clásico, este texto tiene de curioso la manera en que el crecimiento personal es representando a través de las decepciones (y también deformaciones) de un segundón compulsivo.

Siguiendo esa misma línea inesperada, “Animalitos que fumé para salir de la depresión” nos invita al ámbito detectivesco de un investigador atípico, especialista en registrar los días finales de jóvenes suicidas estadounidenses. Lo anormal del asunto no es solo el nicho profesional del detective sino la forma en que tanto su tendencia hacia una nueva droga social como su propia depresión y fascinación con la muerte lo llevan a profundizar sobre el verdadero rostro de las personas y los secretos que guardan los “mejores” círculos universitarios.

La pieza final de este cuarteto narrativo, “La ciudad ya escrita”, puede entenderse como un cierre que afianza las circunstancias de anormalidad y al mismo tiempo como una historia que discurre sobre las posibilidades y los obstáculos de narrar una ciudad que ya ha sido representada y parodiada ad nauseam. El tránsito veloz y monótono del metro, la perspectiva del extranjero desplazado, la desmemoria que circunda una noche perdida y las drogas recreacionales que nos llevan psicotrópicamente (pero solo por tiempo limitado) hacia una realidad neoyorquina más degradada y a la vez confortante. Este final del libro es también el espacio donde convergen los vínculos temáticos que Díaz Oliva ha revelado lentamente desde el inicio del texto, la maraña de una experiencia formativa que poco a poco conduce a sus protagonistas hacia un dilema mayor y hacia un bienestar que, al estar enturbiado por una nube de ironía, a veces es difícil de distinguir.

Gracias por leer esta reseña

Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser

Anterior

Levitaciones (de Solange Rodríguez Pappe)

Siguiente

Cuarto azul (de Raquel Abend van Dalen)

Reseñas relacionadas