Las imitaciones (de Ramiro Sanchiz)

Siempre me da la impresión de que Ramiro Sanchiz @UraniumWorkings, al igual que su personaje insignia Federico Stahl, se dedica a desfigurar el escenario de la certeza y a sobreponer distintos niveles de narratividad con muy “mala” intención, alternando extrañas secuencias de acontecimientos para crear una experiencia de recepción descentrada: en este caso la historia de cómo la sombra de un ídolo de rock camaleónico se entrevera con supercomputadoras, sustancias secretas y una historia alternativa de la segunda mitad del siglo XX. Después de leer varias de sus novelas, y tantas variantes del ucrónico Federico Stahl, creo poder convenir en que el proyecto estético de Sanchiz tiende a romper con la noción racionalista de la realidad y con el orden regular de ciertos sistemas. Las imitaciones (Décima Editora, 2016) vendría a ser el mejor ejemplo hasta el momento de un programa artístico que en el fondo se inclina más por la perturbación del aparato que por su equilibrio.

Es irónico que hable de una ruptura con el orden del racionalismo tratándose de un libro que goza de un sinnúmero de conexiones científicas, sin embargo pienso que Las imitaciones, a pesar de que por momentos es obsesiva y compulsiva en cuanto al archivo de la ciencia, trata en realidad de multiplicar laberintos y de “desrracionalizar” la lectura. Aunque hay una clara intervención de la informática o la teoría musical, lo cierto es que la narrativa de Sanchiz es sumamente certera cuando se trata del uso de la paradoja, y completamente desquiciada en su forma de desplegar representaciones ficcionales. Desde mi punto de vista, Las imitaciones promueve ante todo el caos y la sobreabundancia referencial para experimentar posibilidades cruzadas y no un orden deductivo, como si varias manadas de animales no cesaran de transitar en distintas direcciones, pero dentro del mismo espacio cerrado.

Sin duda el lector de la novela pierde cuando intenta utilizar la deducción como única herramienta explicativa (debe más bien dejarse llevar por las distintas “series no aclaratorias” que el libro propone). Es obvio que el autor desea que iniciemos una aventura detectivesca junto con Valeria, la protagonista y seguidora de aquel artista camaleónico que es Federico Stahl en esta narración, pero dicha aventura está señalada por el desconocimiento constante y la reiteración de que la satisfacción no se encuentra en la claridad acerca de la vida o el destino de Stahl (un músico folk, un músico eléctrico, un extraterrestre andrógino en los escenarios, un muerto, un vivo), sino en la celebración de las distintas posibilidades que se desprenden del misterio del mito, así como en la persistente manipulación de referencias y contradicciones.

Bajo la premisa de la manipulación, Las imitaciones se encarga, por ejemplo, de deformar la realidad de la historia de ciertos músicos contemporáneos, presentando sombras sampleadas de Dylan y Bowie o reinterpretaciones noir de Jim Morrison. Al mismo tiempo, la novela yuxtapone la presencia de un justiciero gauchesco (a medio camino entre Moon Knight o The Shadow) junto a programadores de software melómanos y traficantes de una sustancia conocida como DYMORVID; habría que agregar asimismo las “series no aclaratorias” relacionadas con transferencias espirituales, avistamientos de ovnis, presencias de conciencias panteístas y experimentos biocibernéticos que aparentemente causan tantos trastornos secundarios que hacen que la protagonista — investigadora amateur, cómplice accidental de los oscuros negocios de su marido, stahlófila — ponga en duda no solo la “fantasía” de sus episodios en Montevideo, Rosario y La Frontera sino también toda la diégesis del libro.

En esta novela nos encontramos claramente bajo el dominio del sampling y de “la realidad deformada por Federico Stahl”, pero también nos hallamos dentro de una historia alternativa del siglo pasado inspirada en la ciencia ficción de Dick y Gibson, y dentro de sus consecuencias posatómicas, que han hecho del hemisferio sur de Las imitaciones no solo la porción del mundo que sobrevivió a lo que la novela llama el Invierno de la Bomba sino también el lugar donde Mario Levrero, utilizando su “otro” nombre, interviene en algún pasaje con todo el carisma de los peores y los mejores detectives privados de la literatura iberoamericana.

Gracias por leer esta reseña

Soy Salvador Luis (1978), narrador, editor y crítico cultural peruano: www.salvadorluis.net. Twitter: @UnRaggioLaser

Anterior

Lengua de orangután (de Iván Humanes)

Siguiente

No soñarás flores (de Fernanda Trías)

Reseñas relacionadas
Más

Humo (de José Ovejero)

La nueva entrega de José Ovejero @joseovejero2017 nos hace formar parte de un territorio agreste, “albergados” por la…